El mal de Instagram.


Lo peor de mi trabajo no son las horas, ni las ideas que a veces no llegan, ni la presión de los algoritmos.
Lo peor son los comentarios negativos.

Trabajo creando contenido, y siempre insisto en lo mismo: humanizar la marca. Mostrar personas reales, contar experiencias, enseñar el producto, enseñar cómo se hace… porque las personas conectamos con personas. Y cuando alguien se muestra en redes, lo hace con ilusión, con esfuerzo, con horas detrás de un vídeo.

¿Y qué pasa? Que a veces llegan los comentarios ridículos, los insultos gratuitos, el “hablo por hablar”. Y lo llevo fatal. No entiendo a esa gente que se levanta por la mañana y piensa: “Hoy voy a insultar al primero que aparezca en Instagram”.

De verdad, ¿saben que detrás de esa pantalla hay personas de carne y hueso? Con sentimientos, con padres, hijos, amigos, días malos… No son avatares, no son bots, no son muñecos. Son personas que trabajan y que ponen su energía en lo que hacen.

Yo interactúo poco en redes porque no me da la vida, pero cuando lo hago es para sumar: para felicitar una gran foto, un texto que me emociona, un proyecto que admiro. ¿Qué sociedad estamos construyendo si cada vez hay más gente que entra solo para destruir?

La empatía no debería ser un lujo. Y me pregunto: ¿de verdad se nos fundió con el wifi? 📱💔


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