Llevamos 30 días en Asturias. ¡30!
Un mes entero correteando por montañas, oliendo vacas, esquivando xanas (esas haditas raras que la humana jura haber visto) y persiguiendo mariposas como si no hubiera un mañana.
Y la verdad… no queremos que haya un mañana. O al menos, no uno que implique volver a Madrid. Porque allí el parque huele a coche y aquí huele a libertad.
Pero hay un problemón: el clima. En Madrid todo es sol, asfalto ardiendo y bocanadas de calor. Aquí en cambio, sale el sol y zas: en cinco minutos empieza a chispear, luego a llover, luego parece que va a nevar, y de pronto... ¡sol otra vez!
La humana dice que eso es cosa del Nuberu. Que es como un señor del cielo que controla las nubes, el viento, los truenos y, en general, nuestras excursiones. Según ella, es un ser mitológico con pinta de abuelo cabreado, que va montado en una nube negra como el coche de Batman, y que lanza rayos si le molestas.
Nos ha dicho que lleva una gorra vieja y un zurrón lleno de tormentas, y que tiene muy mal despertar, especialmente si le interrumpes cuando está regando Galicia y decide pasarse por Asturias "a saludar".
Así que Electro Pedri y yo, que somos unos valientes, hemos decidido ir a buscarlo. Queremos pedirle que, por favor, nos deje seguir nuestras vacaciones en seco. Que lo de mojarse está bien, pero ya tenemos cara de trapo viejo.
El plan era sencillo: subir al punto más alto, ladrar fuerte y esperar a que el Nuberu apareciera. Pero... ¿y si no tiene buen carácter? ¿Y si se cree que somos dos cachorros desobedientes y nos cae un trueno? ¿Y si su nube tiene wifi y puede ver nuestras aventuras?
Nos estamos planteando llevarle un regalo. Algo que lo ablande. A lo mejor un cachopo... o una mantita eléctrica.
Mientras tanto, cada vez que truena o chispea, la humana nos dice:
—“¡Ese es el Nuberu! Seguro que os ha visto planeando algo.”
Y nosotros fingimos no haber hecho nada.
Pero lo cierto es que vamos a encontrarlo.
Aunque tengamos que usar el GPS de Pedri, que se basa en seguir a las vacas.
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