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Crónicas de una perr​o madrileñ​o en apuros rurales: Vol. 1

Por Súper Gavi 

¡Hola, humanos del mundo y compañeros de cuatro patas!

Aquí Súper Gavi al habla (o al ladrido).
Hoy vengo a contaros una cosa que nadie os cuenta. Siempre se habla de lo difícil que es para los perros de pueblo adaptarse a la ciudad: que si los ruidos, que si los coches, que si los semáforos esos que mandan más que tú en tu casa… En fin, lo típico. Mi abuelo Thor, por ejemplo, cuando s​e mudaron a Madrid, se volvió loco. Se pensaba que cada humano con mochila era un atracador y cada patinete, una amenaza a la democracia. Empezó a ladrar a todo lo que se movía (y a lo que no, también).

Pero lo que NADIE dice es lo contrario: ¡lo difícil que es para los perros de ciudad adaptarse al campo!
Spoiler: mi hermano y yo estamos al borde del colapso nervioso.

Aquí los ruidos no son coches ni sirenas, nooo... aquí suenan ascensores viejos como si fueran monstruos de Stranger Things, portones que chirrían como en peli de terror, y vacas... ¡VACAS! Tíos, ¿eso qué es? ¿Un perro con cuernos? ¿Un sofá con patas? ¿Un Pokémon? Pues nada, cada vez que vemos una, ladramos. Por si acaso.

Y claro, mi humana está que se sube por las paredes.
Dice que en Madrid no ladrábamos en casa, y es verdad.
Allí el ascensor apenas se oía. Aquí cada vez que hace “clink” pensamos que viene un ladrón, un oso o el del butano. Y ladramos. Mucho. Con convicción.
Estamos tan alerta que dormimos poco. Bueno, yo duermo, que soy Súper Gavi, pero Electro Pedri va por la casa como si trabajara en la CIA: todo el rato en modo vigilancia nivel "misión imposible".

Y no os quiero contar lo de salir a pasear.
En Madrid, a partir de las 20:00 los perros podemos ir sueltos por todos los parques. Hay paz, hay comprensión. Hay perros haciendo yoga al atardecer.
Aquí sales a las 20:01 y ya oyes:
— ¡Mozaaaaa, ata al perro!
— ¡Mozaaa que me dan miedooo!
— ¡Mozaaa que mi perro es problemático!
— ¡Mozaaa que no me gustan los perros!
— ¡Mozaaa que tengo trauma con un dálmata del 97!

Y claro… ¿nosotr​os qué? Suelta, ata, suelta, ata… ¡yo ya no sé si estoy paseando o haciendo crossfit!

Conclusión: esto del campo no es tan bucólico como lo pintan en Instagram.
Los humanos de ciudad se vienen aquí a relajarse.
Nosotros, los perrunos urbanitas, estamos con el cortisol por las nubes.
¡Qué estrés, de verdad! Pero eso sí… cuando nos sueltan (que suele ser durante 7 minutos gloriosos) corremos como si no hubiera mañana, olisqueamos hasta las piedras y nos sentimos por fin perrelibres.

En fin, si sobrevivo, os contaré más desde la Asturias profunda.
Sigo en misión de adaptación.
Pero aviso: si vuelvo a ver otra vaca, voy a necesitar terapia.

Con amor y muchas legañas,
Súper Gavi 🐾
Perr​o madrileñ​o en tierra de vacas.


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