Los que me conocéis sabéis que siempre he soñado con tener mi propio negocio. En mi caso, fue la fotografía la que encendió esa chispa. Una pasión que se fue alineando con el marketing. Porque cuando te apasiona contar historias, da igual el medio.
Siempre he sido una inconformista. Soñadora, sí, pero también muy realista. Me he pasado noches en vela imaginando cómo sería tener mi propia empresa, mi propio horario, mi propio proyecto. Y durante años lo vi imposible. Tenía miedo. No me sentía capaz. Y eso... eso te frustra. Porque no hay nada peor que no vivir la vida que deseas.
Soy una persona cumplidora, hiperresponsable. Siempre he sido la que se gana la confianza de todos, la que se queda hasta el final, la que cumple aunque tenga la cabeza bajo el brazo. ¿Sabéis esa típica empleada a la que le dan las llaves del negocio? Esa era yo. “Ángela, eres el mayor activo de esta empresa”, me dijeron tantas veces... Y, sin embargo, seguía siendo mileurista.
Daba igual que destacara, que liderará, que lo diera todo. Sin un título universitario, sin “papeles”, la realidad es que te estancas. He tenido que formar, cuidar y cubrir a inútiles supinos que cobraban 10.000 euros más que yo, solo porque tenían un diploma. Y mientras ellos compraban casas, coches y se iban de vacaciones, yo calculaba céntimos... y lo más doloroso: veía que no podía darle a mi hija lo que se merecía.
Y un día te das cuenta. Que eres mucho árbol para ese tiesto. Que te estás marchitando en un lugar pequeño, gris y ajeno. Pero el miedo te paraliza: ¿Y si emprendo y no sale bien? ¿Y si no tengo clientes? ¿Y si fracaso? ¿Y si no estoy a la altura?
Y así te ves viviendo una vida que no es la tuya, encerrada en una rutina que te apaga. Mientras tanto, tu mente sigue encendida, con ideas, con ilusiones, con hambre. Ves oportunidades donde nadie más las ve. Ves negocio en una conversación en el metro, al escuchar a tus amigos en una cena o al ojear la prensa. Porque hay algo dentro de ti que no se rinde.
He trabajado más de 10 horas al día por cuenta ajena, y aun así siempre he buscado mi hueco, he estado constantemente viendo negocio, y siempre he sabido aprovechar las necesidades del mercado:
He enseñado a gente a usar sus móviles, cuando eran el gran desconocido.
He dado clases de informática, de fotografía, de RRSS, de edición, etc.
He formateado, desmontado y limpiado ordenadores.
He llevado redes sociales, cuando la mayoría de la gente todavía no sabía lo que era Instagram.
He hecho fotos de bodas, de casas, de productos, de naturaleza… ¡Lo que hiciera falta!
Porque siempre he pensado que si alguien puede hacer algo, yo también puedo. ¿Qué me piden una web? Aprendo a hacerla. ¿Qué me piden grabar un podcast? Pues allá voy. ¿Qué una pareja quiere fotos en parapente? ¡Aprenderé a volar si hace falta!
Todo en esta vida se puede aprender. Solo hay que querer. Y un día, aun con miedo, das el paso. Porque merece la pena vivir sin techo, sin límites, sin jefes que no te valoran. Porque si sale mal, se vuelve a intentar. Porque esta vida pasa volando y es una pena malgastarla en un sitio donde no puedes crecer.
Hoy soy mi propia jefa. No tengo techo. Y como decía Steve Jobs: “Stay hungry, stay foolish.”
Me despierto a las 3 de la mañana con ideas locas y creativas, y me encanta. Porque cuando me preparo el café por la mañana y me siento frente al ordenador, estoy haciendo lo que quiero hacer. Lo que soñé durante años. Y lo estoy haciendo para mí.
Sin lugar a dudas, estoy en la etapa más feliz de mi vida.
Por eso, si estás leyendo esto, solo puedo decirte: Inténtalo. Emprende. Atrévete a crecer. Sal de ese tiesto que te oprime y date la oportunidad de florecer. Haz tu propio camino. Vale la pena.
Comentarios
Publicar un comentario