La soledad es terrorífica.


Las personas, en general, tenemos miedo a la soledad. Hay algo sobre ella que nos amedrenta, nos vuelve seres pequeños y cobardes que necesitan que alguien les coja de la mano para cruzar la calle. Creo que todos hemos sentido ese dolor en el estómago cuando sales a dar un paseo solo porque nadie quiere acompañarte; en momentos así, todo parece gris y decadente. El inherente catastrofismo del ser humano hace que te imagines a ti mismo comiendo un bol de sopa fría en una cocina destartalada, pensando que fue de tus años de gloria. El típico simplismo en el que las personas tratamos todas las cosas que importan. Hacemos un mundo de ese pesar momentáneo y ese dolor en el estómago y nos apegamos a todo lo que nos prometa no volver a imaginarnos solos.

Siendo sincera, creo que ese simplismo hace al ser humano más entrañable, y de la misma forma espero que el pavor que siento cuando mis amigos salen y no me avisan no desaparezca nunca, porque siempre que me tenga a mí misma para imaginarme escenarios catastróficos, sabré que nunca estaré sola.

Estar sola es cuando te miras al espejo y quieres apartar la mirada de tu reflejo. Cuando abres un libro y no pasas de la primera página. Cuando dormir es más fácil que pensar. Cuando no respondes al teléfono porque llevas tanto tiempo sin hablar que te duele la garganta o cuando estas más pendiente de las comidas de tu perro que de las de tuyas. Cuando te deja de importar si estas solo o acompañado o cuando imaginarte comiendo un cuenco de sopa fría parece lo más cerca de la felicidad que has estado semanas. Cuando ese dolor de estómago comienza a desvanecerse porque estar solo ya ni siquiera da tanto miedo, y lo echas de menos porque era lo más cerca que ibas a estar de sentir algo.

Que los que te rodean se desvanezcan, da miedo, pero jamás estarás solo. El problema viene cuando tú mismo te desvaneces y pasas a ser solo un cascaron vacío que viste y anda. De ahí, no hay salida. Y si la hay, espero nunca tener que encontrarla.

La soledad es terrorífica, y lo es más aun cuando dejas de sentirla.


Eva Couto

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