Y Elisabet Benavent dice:
La obsesión. La idea, que se convierte en un insecto con un aguijón tan grande que se hunde hasta las entrañas.
Porque cuando aparece el germen de la idea, estoy perdida. La obsesión la alimenta hasta que no cabe nada más en mi cabeza, en mis tripas, en mi pecho.
Me obsesiono con rapidez. En ocasiones diluyo con rapidez el efecto reventando la burbuja de golpe cuando necesito concentrarme en otra cosa prioritaria; otras, la idea se va desdibujando por los márgenes hasta que no recuerdo haber sentido su llamada jamás. Sin embargo, la mayor parte de las veces, me empecino.
La obsesión no es solamente la forma en la que he aprendido a trabajar, es también una condena anecdótica que suele teñir todos los aspectos de mi vida. Porque cuando me gusta un pintalabios, solo llevaré ese color; cuando quiero algo, me torturará hasta en sueños hasta que lo consiga. Me obsesiono con amor con tantas cosas que, en días como hoy, es casi imposible hacer madeja de ideas de algo que no sea un nudo.
Hoy es día de obsesiones; mañana ya veremos.
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