El bar, mal iluminado, tétrico, sombrío, solo a pesar de, a
través de la gran cantidad de gentes heterogéneas, densas, borrosas por los
humos y vapores que de desprendían de los cuerpos, de tanta humanidad sudorosa
y áspera. Cigarrillos que se apagaban. Una pipa que se pasa, de mano en mano,
ahíta, en un círculo de personas con la ceremonia de un rito, aún con
connotaciones de etiqueta social. La chica del eterno tercero de derecho, que
esta armando una bronca, que gesticula enfurecida y ebria porque alguien ocupó
su maquina de cancioncitas mientras ella iba a cambiar unas monedas. La eterna
enfurecida y tierna desmelenada. El quejido de la guitarra, que suena limpia,
diestramente tocada por un extraño, que entona una canción, la canción de
siempre.
Y pienso una vez más que mi soledad me ahoga, que el mismo
panorama de cada día no a va a darme más que un nuevo dolor de cabeza, un nuevo
despertar de resaca a la mañana, entre las grises cortinas de mi cuarto, entre
la gris monotonía de mi vida.
Y quise retener entonces, quiero retener ahora aun,
sembrador de estrellas, el momento mágico, fugaz (hay horas que, diluidas,
multiplicadas por tiempo y espacio darían el resultado de eternidad).
¿Sabes que eres azul, Sembrador de estrellas?
María Teresa García Arribas
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