Se me agolpa el aire en los pulmones
hasta oprimir mi pecho dolorido
y me entra la vida a borbotones
al pensar en ti, hija.
Has llegado presagiando primavera
a un otoño desnudo y moribundo
deshojado, desarraigado y frío.
Como un fruto temprano, henchido de frescura
has llegado, hija.
Y es otro ya el paisaje aquel,
ya el rescoldo de la hoguera
revive, me caldea y colorea
todo mi entorno gris y entorpecido.
Ya mis manos
aprietan el arado
de fuerza y vida henchidas,
trazan un surco nuevo, removiendo la tierra
para que tú la encuentres nueva, hija.
Y he de sembrar en ella
un vergel soleado, con gotas de rocío
peinadas por el viento del sosiego
hecho de tantas lágrimas que regaron mi vida
y que hoy tienen sentido.
Que yo cada mañana, he de parar al alba
para pedirle que te acaricien nubes
luminosas y cálidas. Y también he de pedir
al sol de cada día, que las flores
que tengas cada tarde se te abran tibias,
y cuide que los pinchos de sus rugosos tallos
no hieran la inocencia de tus felices manos.
© María Teresa García Arribas.
Bombonin
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