José es un nombre que te va bien.
Llevas años jubilado y cada día después de desayunar bajas al parque a pasear.
El médico te dijo que debías hacerlo pero no das mucha importancia a su opinión,
al fin y al cabo siempre dicen lo mismo: no bebas, no fumes, no comas grasas,
poca sal y caminar, que estudien tantos años para estar siempre con la misma
cantinela…
Tú
no estás enfermo, de vez en cuando te sube un poco la tensión, pero es algo
puntual cuando estas nervioso y ya no lo estás. Ya has asumido que ella se ha
ido, que no está, la cama esta fría y la casa vacía, al principio sentías
miedo, dicen que las personas que tienen una muerte violenta, se quedan entre
nosotros para vengarse y la de ella fue así, violenta y sangrienta. Tardó
muchos días en quitarse el olor a sangre del portal.
Te
gusta sentarte en tu banco del parque a observar a la gente y piensas en cómo serán sus vidas, quién les esperará en
casa y si serán felices, aunque no acabas de entender por qué corren
tanto, ¿por qué todo el mundo tiene
prisa? Tú ya no tienes prisa porque
nadie te espera, da igual a la hora que
llegues a comer porque la mesa ya no estará puesta como antes, ¿Cómo se puede
llegar a extrañar un mantel de flores que antes detestabas? Te irritaba ese
perfeccionismo con el que ella ponía la mesa, en cuanto manchabas un poco el
mantel con la sopa, te regañaba como si fueras un niño, que carácter tenía.
Sin embargo murió en silencio, en segundos y
sin poder defenderse, ella que era tan peleona… La abordó en el ascensor cuando
venía de la compra, cargada como una mula, qué necesidad tenía de destrozarse
la espalda… Pero ella era así,
independiente, terca, no se dejaba ayudar y acabó muriendo por 11 euros que
llevaba en la cartera, una puñalada le partió el corazón a plena luz del día.
Quizá
ese hombre, el que va siempre con la
capucha puesta y pasa por aquí, por tu banco cada día, fue el que la mató… en
realidad pudo ser cualquiera, desde luego si fue él no sabe lo que le espera
porque menuda era tu Adela, sabes que
volverá y se encargará de él, ella siempre tenía la última palabra. Menuda era
tu Adelita.
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